domingo, 1 de enero de 2012

Lo que logra la depresión (Él)


Si esto fuera el capítulo de una novela de ficción, seguramente hubiera atravesado el umbral de mi habitación y con paso decidido hubiera recorrido el pasillo y subido al desván. Allí, tal vez, hubiera encontrado un viejo libo de fotografías en blanco y negro o en un espejo de antaño se reflejaría aquello que me ha quitado el sueño durante tantas noches, luego valientemente me hubiera enfrentado a aquello saliendo airosa de una pugna de hechizos, pero la cruda verdad es que este es sólo otro capítulo de mi vida y nada de eso sucederá.
De hecho, al abrir la puerta y no encontrar a nadie ahí, salí volando cual paloma espantada hasta la cocina donde se encontraba mi mamá haciendo la cena. Debo admitir, me siento bastante decepcionada con la actitud que adopté en aquella oportunidad. Soy una cobarde. Yo, que tanto hablo de valentía, nobleza, fortaleza y pureza del alma, salí corriendo como chancho a punto de ser carneado, por haber visto un pasillo tenuemente iluminado, y un desván abierto (a lo cual se le podrían atribuir cientos de razones).
-¿Que te pasó? [1]-  WTF

-Nada-[2] (¿?)
Respondí prácticamente sin aire. La cara de WTF de mi mamá era de no creerse.
La noche siguiente y la siguiente, y la siguiente transcurrieron iguales. Ruidos sin origen, de vez en cuando, un golpeteo en las ventanas e imágenes imprecisas sea cual sea la hora.
La lógica por la que había optado ya no servía en absoluto, por más que tratara de negarlo quedaba claro que todo era real.
Mas, luego de un tiempo comencé a acostumbrarme y si bien moría del miedo, no era como antes.
Estaba  de un humor especial el día en que todo quedó aclarado por fin. Me encontraba particularmente susceptible y alterada. Cada sonido, comentario o movimiento me alteraba. Sin contar el sopor y melancolía que me embargaban; ¿la razón?, familia, conflictos, hostilidades, etc., etc., etc.
Para que te des una idea de la situación, había discutido con mi mamá en el almuerzo,  mis hermanos y papá le agregaron levadura al pan ya fermentado. El horno ardía, por lo que me retiré a la paz de mi habitación y ahí permanecí hasta bien entrada la noche cuando los ruidos comenzaron.
Aquel día no aguantaría como los anteriores, por alguna razón eso me enfureció, me alteró más de lo que estaba. Me decidí. Todo cesaría. Me levanté de la cama y parada en medio de la habitación hablé sin censura.
-¡Basta!-
Silencio. Empapé mi lengua de tenacidad
-¡Basta!-
Silencio. Me tranquilicé.
-Por favor, basta-
Nada. Eso supuse. Exhalé lentamente.  
-Esta bien no hablés, pero te advierto, hoy no estoy de humor. Las discusiones siempre me ponen mal. No me molestés hoy. Hace días que no duermo, que no estoy bien, que tengo ganas de tirarme del Empire State, asi que desaprecé de aquí, sea lo que seas, andate por donde viniste.- había tomado demasiada fuerza.
- No se si del Empire State, pero desde el techo de la casa bastará.
Una figura, la misma que había visto de soslayo aquella noche se encontraba tumbado en la cama.
Por un largo rato permanecí callada, petrificada, con la vista clavada en “aquello”. Tal como la primera vez, de pelo ondulado color castaño, alto, enclenque; ojos profundos como cuencas, oscuros y totalmente vacíos lo diferenciaban del último encuentro. Estaba aterrorizada, si lograba respirar era gracias a la costumbre.


[1] Sólo un ser incorpóreo trata de comunicarse conmigo a través de… ¿papel?...
[2] Si, claro.

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