Si esto fuera el capítulo de una
novela de ficción, seguramente hubiera atravesado el umbral de mi habitación y
con paso decidido hubiera recorrido el pasillo y subido al desván. Allí, tal
vez, hubiera encontrado un viejo libo de fotografías en blanco y negro o en un
espejo de antaño se reflejaría aquello que me ha quitado el sueño durante
tantas noches, luego valientemente me hubiera enfrentado a aquello saliendo
airosa de una pugna de hechizos, pero la cruda verdad es que este es sólo otro
capítulo de mi vida y nada de eso sucederá.
De hecho, al abrir la puerta y no
encontrar a nadie ahí, salí volando cual paloma espantada hasta la cocina donde
se encontraba mi mamá haciendo la cena. Debo admitir, me siento bastante decepcionada
con la actitud que adopté en aquella oportunidad. Soy una cobarde. Yo, que
tanto hablo de valentía, nobleza, fortaleza y pureza del alma, salí corriendo
como chancho a punto de ser carneado, por haber visto un pasillo tenuemente
iluminado, y un desván abierto (a lo cual se le podrían atribuir cientos de razones).
-¿Que te pasó? [1]- WTF
Respondí prácticamente sin aire.
La cara de WTF de mi mamá era de no creerse.
La noche siguiente y la siguiente,
y la siguiente transcurrieron iguales. Ruidos sin origen, de vez en cuando, un
golpeteo en las ventanas e imágenes imprecisas sea cual sea la hora.
La lógica por la que había optado
ya no servía en absoluto, por más que tratara de negarlo quedaba claro que todo
era real.
Mas, luego de un tiempo comencé a
acostumbrarme y si bien moría del miedo, no era como antes.
Estaba de un humor especial el día en que todo quedó
aclarado por fin. Me encontraba particularmente susceptible y alterada. Cada
sonido, comentario o movimiento me alteraba. Sin contar el sopor y melancolía
que me embargaban; ¿la razón?, familia, conflictos, hostilidades, etc., etc.,
etc.
Para que te des una idea de la
situación, había discutido con mi mamá en el almuerzo, mis hermanos y papá le agregaron levadura al
pan ya fermentado. El horno ardía, por lo que me retiré a la paz de mi
habitación y ahí permanecí hasta bien entrada la noche cuando los ruidos
comenzaron.
Aquel día no aguantaría como los
anteriores, por alguna razón eso me enfureció, me alteró más de lo que estaba.
Me decidí. Todo cesaría. Me levanté de la cama y parada en medio de la habitación
hablé sin censura.
-¡Basta!-
Silencio. Empapé mi lengua de
tenacidad
-¡Basta!-
Silencio. Me tranquilicé.
-Por favor, basta-
Nada. Eso supuse. Exhalé
lentamente.
-Esta bien no hablés, pero te
advierto, hoy no estoy de humor. Las discusiones siempre me ponen mal. No me
molestés hoy. Hace días que no duermo, que no estoy bien, que tengo ganas de
tirarme del Empire State, asi que desaprecé de aquí, sea lo que seas, andate
por donde viniste.- había tomado demasiada fuerza.
- No se si del Empire State, pero
desde el techo de la casa bastará.
Una figura, la misma que había
visto de soslayo aquella noche se
encontraba tumbado en la cama.
Por un largo rato permanecí
callada, petrificada, con la vista clavada en “aquello”. Tal como la primera
vez, de pelo ondulado color castaño, alto, enclenque; ojos profundos como
cuencas, oscuros y totalmente vacíos lo diferenciaban del último encuentro.
Estaba aterrorizada, si lograba respirar era gracias a la costumbre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario