martes, 20 de diciembre de 2011

(Él) Un moscardón enorme


   Los días siguientes me levantaba y me acostaba con miedo. El temor se había convertido en el moscardón molesto y pegajoso de la época de verano que te persigue hasta al baño. Y como al moscardón, quería darle unos cuantos manotazos al temor, pero me era imposible. Por las noches ni si quiera la pareja enamorada lograba tranquilizarme. Me ponía los auriculares, miraba televisión, leía, rezaba, mas todo era en vano, de hecho acrecentaban mi pánico y excitaban mis neuronas. Llegué a tener tortícolis por girar la cabeza de un lado a otro para cerciorarme de que nada ni nadie estaba acompañándome. No pensaba en otra cosa. Era una tortura, pero así como si hubiera alcanzado el punto más elevado del Éverest y luego bajado de él como si fuera un divertido tobogán de Disneyland, así, así es como yo desemboqué en la lógica de que todo había sido un sueño. Los ruidos en la ventana, el extraño de grandes ojos oscuros, todo.
   
Al cabo de un tiempo dicho razonamiento se apoderó de mí y ya completamente convencida de ello dejé de pensar en aquellos incidentes. Las noche siguientes transcurrieron como de costumbre y los amantes apasionados volvieron a tranquilizarme son sus cursis miradas ATP.
   Todo iba [1]excelente en mi vida, sin embargo (para hacer gala de mi frikines) [2]tanta “excelencia” comenzaba nuevamente a aburrirme y exasperarme.
   Un lunes por la tarde (el 1 % majestuoso de sublimidad se refiere a incidentes como el siguiente) me hallaba en mi habitación sentada en la silla azul de mi escritorio tratando de pensar en el ciclo de la materia, cuando un ruido áspero me absolvió por un momento de la tediosa responsabilidad que me embargaba, pues debía corroborar de dónde provenía aquel ruido. Así pues, me levanté y cuando me dispuse a abrir la puerta encontré, yaciente en el piso, un trozo de papel escrito con marcador negro. Lo recuerdo con claridad. Cada letra estaba contorneada con lápices sombríos.
   Tomé el papel. Lo que decía en él me dejó sin aliento. Un simple “Hola” atravesaba las fibras del mismo.
   Un torbellino de preguntas destrozó las estanterías laboriosamente trabajadas de mi cerebro. Defendí la postura que había adoptado hacía varios días con respecto a la realidad y asumí que sería una broma de mis hermanos. Respondí el mensaje.  “Hola” y lo deslicé por la rendija de la puerta, por donde el papel había llegado a mi. Les seguí el juego.
“Perdón”.
“¿Por qué? ¡¿Qué han hecho?!”. Las disculpas me asustaron, uno no suele disculparse así porque sí. Algo malo debían haber hecho.
“¿podemos ser amigos? Se me acaba el papel”.
    La propuesta me desconcertó (¿amiga de mis hermanos? Claro y yo me chupo el dedo). El pulso se me alteró y nuevamente los recuerdos me asaltaron como descargas eléctricas en una tormenta nocturna. Las manos me comenzaron a transpirar. Lo único que oía era mi agitada respiración. Cerré los ojos y abrí la puerta de un tirón .Una tenue luz. Un pasillo y un desván abierto.
    Temor.


[1] Aceptando las diferentes acepciones que la palabra “excelente” admite y tomando como punto de comparación la excelencia en su sentido más mediocre y vulgar, en el sentido popular de la palabra. Dicho de otra manera, me refiero al sentido aburrido, tranquilo, monótono y blanco.  =)
[2] No es histeria, es cansancio a la monotonía que me rodea. Es como vivir en un lunes eterno. Si, así de tortuoso.  Despertarte y saber con un 95 % de certeza lo que el resto de la semana te depara; el 4% restante, está reservado para altercados familiares, accidentes viales o de cualquier otra índole (que nunca faltan), fallecimientos o metidas de pata graves; y el mísero 1% es la esperanza de que algo sublime suceda.

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